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LOUIS ARMSTRONG.
Mi presente silencioso ante el cielo que se va iluminando.
Muchos, muchos años de mi vida creí que el apellido de Louis era Amstrong, de esas cosas que uno sostiene sin siquiera sospechar que se está equivocado. Asimismo también hasta los 9 años de edad suponía que me llamaba de otra manera. Háganme el favor. Y hoy, con casi medio siglo de edad, me caen varios veintes. El que cree que sabe y se siente muy seguro ni sabe ni puede permanecer tan secure.
En mi más reciente día del padre, uno de mis hijo me obsequió un disco pirata de Louis”Amstrong”. Haciendo unas pruebas para escucharlo en la caja de cd’s de mi carro, mi mujercita me hizo ver que no era “Amstrong”, sino Armstrong. Fui al buscador de Google para teclear y constatar si de verdad se apellidaba así y yo había estado equivocado toda mi vida. Y sí, así era, el apellido correcto era éste último. Vaya –pensé- cuántas cosas más no traeré de cabeza. Yo que me siento todo orden y además me gusta y disfruto mucho con la disciplina que intento llevar.
Casualmente, y dice el Dr. Chopra que no existen las casualidades sino el sincrodestino, acababa de ver en el Canal 40 un documental del genial trompetista.
Nativo de los Estados Unidos, el genio del jazz ya palpitaba en mi mente desde que fui aquel niño que no sabía bien a bien cómo se llamaba. Esa música sonaba en los lugares más insospechados, sitios que nada tenían que ver directamente con él porque mi entorno era muy diferente. Estoy hablando de 1963 ó 64. A veces, en mi radio, pasándole de estación en estación, de pronto caía en una extraña frecuencia que se estaba discutiendo con una pieza del maestro de la voz rasposa. No distinguía, ni sabía si era Hello Dolly, Dream a little dream of me o La vie en rose. Tan sólo llamaban mi atención y de rara manera penetraba en mí la voz cavernosa y de gañote apretado del negro de New Orleans.
Entonces resultaba que el maestro había estado más cerca de mi vida de lo que yo hubiera estado consciente. También por medio de las primeras caricaturas que vi en aquella televisión en blanco y negro, ahí estaba la música del gordo de oro negro. Esos curiosos dibujos animados en ese mundo totalmente absurdo en donde las persecuciones entre gatos y ratones llegaban al paroxismo y terminaban en la nada. Corrían para allá, para acá, y la música de la trompeta igual de loca y de virtuosa paseaba mis sentidos por mundos inenarrables. Lo denso de la música sólo se intenta describir aunque nunca se pueda totalmente.
Me doy cuenta cómo la vida se cose de modos tan insospechados. Son miles e insondables los caminos del Señor. Vaya que sí. Cómo se tejen sin saber dónde van a parar. Pero aún en ese aparente caos, subyace el sincrodestino, porque de todo aquello hoy queda con cierta claridad ante mis ojos que mis encuentros con Armstrong me han construido de cierta manera. También me doy cuenta que todo pudo haberme pasado totalmente desapercibido, pero no fue así y eso debe ser por alguna razón que aún ahora me rebasa. Todo ello mientras mis pies se bambolean y agitan al ritmo de la locura de Armstrong On the sunny side of the street, exactamente: es en lo simple y sencillo donde se encuentra lo verdadero. Su música ilumina este lado de mi calle interior dándome paz, un remanso de aguas tranquilas y luego agitadas, soliloquios de trompeta sacudiendo mi alma, dulzura que me alimenta en What a wonderful world. Exacto, es eso, sin nombre, sin fronteras, si me llamara piedra o rana, eso qué importa, soy y no soy, mi nombre es yo soy y se disuelve en la nada, en las notas musicales recorriendo mi sangre y mis entrañas. Ese sí soy. Un amigo perenne de Louis “Amstrong” o Armstrong o “Satchmo”, el del brazo y la palabra fuerte, el de pulmones de volcán, el trompetista del fuego en el corazón, el caballero, el self made man, el que después nadó en billetes verdes. Hoy, a varias décadas de distancia, Armstrong renace en mi corazón como un bamboleo suave al ritmo de su música. Me une a una remembranza, a este presente, antes niño, hoy padre de familia.
Al amanecer recorro el Periférico a 100 kms por hora, escucho esta música bella, ese piano, el contrabajo, las percusiones, los solos, el conjunto, mientras observo cómo va amaneciendo y entiendo que simplemente soy lo que soy, entonces descubro el momento más bello y eterno: mi presente silencioso ante el cielo que se va iluminando.
Terminé bailando, limpio mi cuerpo, Mack the knife, con ella entre mis brazos. No necesito más, sólo mi total atención para sentir esa música, su cadencia , sus rupturas, para que me revele todo lo que guarda en medio de sí, para mí y para todos, a Dios gracias.
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